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Testigos silenciosos, y en pie, del desarrollo productivo del país

Hace unos seis años que Gerardo González estudia en profundidad, y como hobbie, las historias detrás de las mangueras y cercos de piedra, así como las taperas que hoy son parte del paisaje rural. Muchas de ellas aún se conservan intactas, como fieles testigos de la historia del país, y lo que este apasionado busca es devolverle la vida a esos lugares

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Manuela García Pintos

Las mangueras y cercos de piedra que siguen en pie y forman parte del paisaje rural, son los silenciosos testigos de los inicios del desarrollo de la ganadería en Uruguay.

Hasta hoy hay productores que continúan usufructuando sus bondades, y hay también de los que se detienen a valorar la construcción -en muchos casos muy antiguas y de alto valor histórico-.

Gerardo Gónzalez (60 años) es uno de los más grandes admiradores de la historia rural uruguaya. Si bien nació en la ciudad, desde sus 16 años trabaja en un escritorio rural, oficio que le permitió conocer los lugares más remotos del país, visitar estancias viejas y recorrar gran parte de los campos de la patria.

Con el correr de los años se fue despertando en él “una pasión histérica” por saber y entender cómo, por qué y para qué hacían algunas de esas cosas, entre ellas, las mangueras de piedra.

“El tema de los cercos de piedra es mucho más entendible, porque se utilizaban para separar propiedades. Pero empecé a ver las múltiples formas de las mangueras, los tamaños, los métodos constructivos y la gran diversidad que hay de tamaños de piedras donde se construye; he descubierto mangueras de barro, muchas de ellas ya no están”, dijo.

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A partir de ahí se empezó a interesar en las historias de esos lugares que siempre están muy relacionados a alguna cantera, restos poblacionales apenas visibles, lugares que fueron un hogar hace un par de cientos de años, contó en diálogo con Rurales El País. 

Oriundo de Treinta Tres, González ha visitado -como hobbie- cientos de mangueras y cercos, pero, por sobre todas las cosas destaca la importancia de propender a la conservación de todas esas construcciones, generando ya sea conocimiento y conciencia, o institucionalmente leyes o normas proteccionistas que eviten sean destruidas y reutilizados sus materiales.

Si bien no es académico, aseguró que tiene registradas más de 250 mangueras o encierros construidos en piedra en la zona de Cerro Largo, Treinta y Tres y Lavalleja.

“Hay mangueras de 10 metros de diámetro y de 100 metros. Hay mangueras adosadas, mangueras más chicas, mangueras auxiliares. Fui descubriendo encierros que miden 300 metros de largo por 180 de ancho, también con viviendas cercanas, que fueron dejados de usar hace añares; algo totalmente impráctico para el trabajo de hoy”, comentó.

Fue así como empezó a marcarlos en un mapa y se dio cuenta de que esos grandes puntos forman como un camino en todo domo de la Cuchilla Grande y se encarna a Brasil abierto, pasa a Brasil en la zona de Cacapava. “De todas formas esa investigación está en pañales y me ayuda un colega brasilero”, adelantó.

Historia. El uso de la piedra para la construcción, en diversas formas de uso, se conoce desde la más remota antigüedad. La construcción en la denominada “piedra seca” es mucho más que un amontonamiento de piedras, es un complejo arte que consiste enyuxtaponerlas.

Según se informó a Rurales El País, los cercos de piedra fueron construidos luego de la Guerra Grande (entre 1839 y 1851), por comparsas de vascos e italianos, provenientes de los regimientos desmovilizados al final de la contienda.

De todas formas, hay también referencias que confirman la existencia de este tipo de construcciones rurales muy anteriores en el tiempo. No solo algunas de ellas son previas a la independencia, sino otras proceden de la lejana época jesuítica.

De manera más dedicada y exhaustiva empezó a investigar sobre los pasados de las taperas y las mangueras hace cinco o seis años.

“Siempre fui preguntando para qué servían, dónde estaban, para qué se usaban. Hay mangueras recicladas, escondidas, escritas con huellas. Todas son muy diferentes, pero el único factor común es que siempre, siempre, hay una gran tapera cerca”, dijo.

Hasta el momento ha podido rescatar la historia de algunas de estancias viejas que hoy son taperas.

“Quiero saber la historia familiar; he encontrado planos. Quiero personalizarlas, recuperar su historia”, expresó.

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Devolver vida. Desde su punto de vista su hobbie “es un combo”. Es decir, no visita exclusivamente mangueras o taperas, sino que quiere ir “más allá”: “Quiero devolverle la vida, la historia de vida a esos restos que uno ve. Si uno rescata la historia de las personas que vivieron ahí, es una parte de la historia de uno del lugar; creo mucho en la historia regional”, contó.

De todas formas, lamentó que es muy difícil encontrar datos específicos de las construcciones, las fechas de las obras o quienes las hicieron.

“Hay muchas versiones de que fueron los esclavos, los indios, los guaraníes, los gallegos, pero hay muy pocos datos reales. Hay tradiciones orales de ‘mi abuelo vino de España e hizo tal camino tal manguera’”, señaló.

Lo que sí es cierto es que en su momento las mangueras o los cercos valían tanto o más que en una casa. De hecho, era más importante tener una manguera que un rancho. De ahí se desprenden algunos datos de escrituras de traspasos de tierras, pero pocas veces se encuentra los datos de construcción.

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“He visto, por ejemplo, algo muy raro: mangueras de piedras con piedras clavadas de punta. Lo tradicional son las piedras apiladas. Hay mangueras de piedras chicas, de piedras grandes, de dos paredes de piedra, con piedra y arena en el medio. Hay las que están hechas en la ladera. Hay muchos tipos. Pero no hay estudios, lo que hago es desde la intuición o hasta la adivinanza”, comentó.

Ha consultado con arqueólogos, con la Universidad de Arquitectura, pero tampoco tienen demasiada información.

Lo que más le llena de su hobbie es descubrir las historias que hubo detrás de esos paredones grises que parecen tristes y aún siguen de pie.

“Vas recorriendo las taperas y descubrís que eso, en 1904, era un almacén o una pulpería. Y ahí es cuando vas atando cabos, vas entendiendo por qué se murió el lugar, por qué no está más, vas preguntando a los vecinos qué fue lo que mató a ese mini hábitat rural que reunía gente, que había comercio, y si había una manguera era porque hubo actividad de ganado. Empecé a buscar eso y empecé a contar historias. Para qué servían esas construcciones, por qué la hicieron. Esas cosas son las que me interesan recuperar”, concluyó.

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