Se presenta como Álvaro de Grecco, pero se apellida Rodríguez. Pocas cosas en la vida le fueron fáciles y ninguna se la sirvieron en bandeja. Tuvo que hacerse de su propia suerte, pero nunca se cansó de intentarlo. “A los que buscan aunque no encuentren. A los que avanzan aunque se pierdan. A los que viven aunque se mueran…”, en palabras de Mario Benedetti. Esta es la historia de Álvaro Dionicio Rodríguez Rodríguez; Álvaro, de pueblo Grecco.
Es un orgulloso del pueblo que lo vio crecer, Grecco, ahí en Río Negro. Nació el 18 noviembre de 1989 y tiene 32 años.
Fue criado en las estancias; sus padres eran capataces de campo. Fue a la escuela a caballo y asistió a una de tiempo completo en Fray Bentos. “Somos nueve hermanos y, a veces, por problemas económicos teníamos que ir a una escuela de tiempo completo para, al menos, hacerle un alivio a la olla”, contó.
Hasta los 16 años estuvo en su pueblo, cuando terminó todo lo que Grecco tenía para ofrecerle en el plano educativo. “Como allá tenes hasta cuarto de liceo haces eso y no estudias más, sino que se arranca a trabajar. En mi familia ninguno hizo facultad no solo porque no habían recursos, sino que tampoco había una motivación para estudiar”, explicó.
Sin embargo, su historia no terminó ahí. Uno de sus hermanos mayores le insistió para que continuara sus estudios en la escuela agraria de Rivera. Así fue. Terminó el bachillerato en la frontera, pero continúo estudiando un par de años más hasta que se recibió de Técnico Forestal.
Se fue de la casa de sus padres a los 16 años y, reconoció, la sufrió bastante porque pasó de vivir en un pueblo chico, de 700 personas en donde conoce, literalmente, a todos los vecinos, a una ciudad fronteriza con una gurisada que le hablaba en portuñol. “Los primeros tres meses me quería venir, pasaba llorando. Yo era muy inocente, un adolescente muy tierno. En el liceo de Grecco no podías comer chicle en clase, no podías ir sin uniforme, sin la camisa o sin corbata porque te mandaban a tu casa. En la agraria ibas como querías”, recordó.
A fin de año se fue a vivir a una pensión junto a su primo y unos compañeros de Young y empezó a disfrutar más de su estadía en Rivera. Tanto que estuvo ocho años. “Terminamos el bachillerato juntos. Ellos se fueron y yo seguí haciendo técnico forestal y me quedé solo. Buscaba una carrera corta para insertarme en el mercado laboral enseguida”, contó.
Una vez recibido trabajó en Cofusa y a los 21 años ya era independiente. La historia también pudo terminar ahí, pero no. Por medio de uno de sus jefes, Juan Manuel, “Manolo”, Otegui se sembró la idea de ir a Montevideo a hacer la carrera de Ingeniero Agrónomo en la Facultad de Agronomía de la República. Le dijo que lo iba a ayudar para que esto fuera posible.
En 2014 renunció a Cofusa y, con una mano adelante y otra detrás, partió a la capital. Se anotó en la UdelaR y se mantenía gracias al puesto administrativo que “Manolo” le había conseguido en Urufor.
Arrancó la Fagro en 2014, con 24 años. Reconoció que no le fue nada bien, porque trabajaba muchas horas para poder pagar la residencia y mantenerse.
La historia tampoco termina acá. En la residencia conoció a un gran amigo, una ficha clave en su vida: Washington Farías.
“Farías me ayudó en Montevideo porque yo estaba muy perdido, me llevaba a las juntadas con sus amigos. Fue muy bueno conmigo. Me apoyó y fue el que me dijo que me fuera a la universidad privada. Pero yo tenía que trabajar para mantenerme y apenas me daba para vivir: pagar una universidad era imposible. Me insistió para que pidiera una beca”, recordó.
Así fue. En 2015 fue a la Universidad de la República (UDE), se reunió con el director, Claudio Williman, y le contó su situación: “hablamos 40 minutos y me dijo que me iba a ayudar. A la semana me llamaron y me dieron un 90% de beca por seis años, porque en uno me tranqué”, contó.
Entró a la UDE en 2016. Pero todavía hay más. Comenzó el primer año en la UDE y, por medio de un compañero de clase, consiguió hacer el curso de militar: desde hace seis años y un mes Álvaro Rodríguez es militar. Tomó la decisión de hacerlo porque era un trabajo que le llevaba menos horas y tenía más días de estudio.
Cuando arrancó a hacer el curso de militar, que son tres meses corriendo todo el día, se tenía que ir directo a la facultad y no tenía tiempo, ni lugar, en donde poder ducharse. “Un día le comenté a la decana: ‘mire que vengo sin bañarme… unas ganas de renunciar tengo’. Me dijo que no renuncie y me consiguió un baño para que me pueda duchar”, recordó emocionado.
En esos tiempos, además, ingresó a la residencia Conventuales en la cual estuvo seis años: “me fui porque me casé, porque sino seguía viviendo ahí hasta ahora”. En los últimos dos años en Conventuales el sereno de la residencia se jubiló. ¿Y quién quedó como sereno los fines de semana? Álvaro Rodríguez, de Grecco.
En noviembre de 2021 se casó y renunció a su puesto como sereno. Hoy sigue cpn su laburo como militar y, además, trabaja en una empresa de control de plagas como agrónomo. En febrero de este año Álvaro Rodríguez de Grecco recibió su título de Ingeniero Agrónomo.
La Universidad nunca estuvo en sus planes. Al menos no en los iniciales. En principio, pensaba terminar cuarto año de liceo en Grecco y quedarse por allá. Si hubiera hecho eso, seguramente hoy sería un capataz de campo o estaría trabajando en UPM II, que está cerca del pueblo.
Recordó que en Montevideo “siempre corría en desventaja”. Ganaba por lo que trabajaba, entonces, si no metía muchas horas no tenía un buen sueldo para el mes, pero si trabajaba muchas horas no podía ir, por ejemplo, a los teóricos de facultad. Arrancó, además, con 24 años y siempre se sintió más grande, porque sus compañeros tenían 18. Solo podía ir a los prácticos que eran de noche. Muchas veces pensó si había tomado la opción correcta.
“Estuve dos años trabajando y estudiando, estudiando y trabajando, pero muchas veces me preguntaba si habría tomando la opción correcta de dejar todo y venirme a estudiar. Pensaba que no me daba la cabeza para hacer la carrera...”, dijo.
Nunca se imaginó tener un título universitario y reconoció que mucho se lo debe a las personas que lo ayudaron: su hermano, su jefe, su amigo, la facultad. Pero también a sus compañeros de clase, que lo ayudaban con las matemáticas que no entendía; su novia (hoy esposa), que nunca lo dejó de alentar; sus compañeros de trabajo, que lo cubrían en sus días de estudio; y hasta su suegra, que cuando faltaba el peso, siempre sobraba un plato de comida en su mesa. “Nunca me cansé de tocar puertas, fueron muchas y siempre se abrieron.Y, si no, iba a ir a tocar otras puertas y tampoco no me hubiera cansado, porque todo ese esfuerzo valió la pena”, cerró.
Como buen joven del interior, no podía faltar la anécdota de sus andanzas por la capital: “eran de las primeras veces que venía a Montevideo. Llegué a la residencia y Farías (su amigo) lo invitó a cenar. Me dijo: ‘hay dos opciones, vamos a la rotisería que se come bien o vamos a Mc’ Donalds que está ahí cerca. Yo quería Mc’ Donalds porque nunca había ido. Mientras hacíamos la fila, Farías me preguntaba: ‘¿qué vas a comer, hermano?’ Y yo le decía: ‘lo que vos pidas’. ‘No no’, me decía, ‘mirá todo lo que tenes para elegir’ y me mostraba los carteles… llegó mi turno y le digo a la cajera: ‘dame una milanesa al pan’”.
Tirarse al agua sin miedo al cambio
Álvaro Rodríguez opinó que falta motivación en los jóvenes del interior profundo. De hecho, una vez recibido, fue a dar una charla a su pueblo, Grecco. “Les dije que yo no tenía los recursos, pero los busqué. Que no hay que tenerle miedo a los cambios. Hay que salir de la vuelta de las casa’ y no tener miedo a equivocarse. Si me iba mal iba a volver, pero no iba a dejar de intentarlo”, contó.
Hizo referencia a que los gurises del interior “tienen miedo” de irse a la ciudad y pasarla mal.
“A un gurí como yo, de Grecco, le diría que no hay nada más lindo que poder estudiar, que vale la pena el sacrificio. Y los que pueden estudiar y no trabajar que lo aprovechen porque no todos tuvimos la oportunidad y no saben el sacrificio que es estudiar y trabajar. El tiempo pasa rápido y la facultad es de las etapas más lindas. No hay que tener miedo a los grandes cambios, hay que poner pecho. Si hay que dormir poco porque tenes que rendir, hay que hacerlo porque no hay nada más lindo cuando salvas ese parcial. Cuando liquidas el primer año, el segundo el tercero... van a pasar cosas lindas y malas, pero el que no lo intenta nunca lo va a lograr”, cerró.