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Un verano entre pulgas y pingos

De añoranzas y andares...

de añoranzas y andares, mate

En vacaciones de verano hace unos ocho años, aun estaba en facultad de Agronomía, viajé a Caraguatá, Tacuarembó, con un amigo a domar y hacer un poco de tradición. En esa época estábamos con el tradicionalismo a full, hablábamos de los Criollos todo el día, tocábamos la guitarra, hacíamos trabajo en cuerda. El padre tenía unos potros para agarrar y anduvimos unos 15 días por allá. Cuando llegamos a la estancia, además del calor y las escasas comodidades del establecimiento, el gran problema eran las pulgas: todo estaba cubierto de pulgas. De noche te bañabas y veías la pulgas flotar en el agua. Un día cansados del calor, las pulgas y la incomodidad decidimos ir al pueblo a buscar algo para tomar. Terminamos en el paraje Rincón de Pereira, que tiene un boliche campero, a unos 10 kilómetros de la estancia. Salimos en la tardecita cuando aflojó el sol. Cuando llegamos el pueblo no tenía luz. Los viejos se andaban mirando entre dos luces, algunos tenía algún motor. La bebida estaba semi-caliente. Nos tomamos una cerveza tibia, pero ya medio entonados compramos vino. Lo metimos en la maleta y nos volvimos con los pingos para atrás. Entre el calor, el alcohol y el cansancio del día dimos la vuelta entre la oscuridad y el silencio y dos por tres se escuchaba un “che vieja pasame el mate”. Tenía un caballo bastante nuevo, que conocía poco, pero como yo me creía todo un jinete le solté las riendas sobre el tuse para seguir tomando. Cuestión que el pingo viejo quiso salirse del camino para la banquina, pero la cuestión era que no había la tal de banquina. El desgraciado quiso salirse del camino, pero justo donde había un puentecito de dos metros. Nos pegamos un golpazo con el pingo viejo que se tiró y no lo llegue a agarrar. Reventé la botella de vino y perdí el celular. A los pocos días volvimos a los estudios en Montevideo. Aprendí que el caballo va siempre con las riendas en la mano y más si es de noche.

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